Partà de Horton Lodge y me reunà con mi madre en nuestra nueva casa de A. La encontré bien de salud, resignada e incluso animosa, aunque por lo general su semblante fuera triste.
Solo contábamos con tres alumnas internas y media docena de externas para empezar, pero confiábamos en que, con trabajo y dedicación, aumentarÃamos pronto ese número.
Por mi parte, me volqué con todas mis fuerzas en los deberes de esta nueva forma de vida —la llamo nueva porque, ciertamente, habÃa una considerable diferencia entre trabajar con mi madre en una escuela que nos pertenecÃa a hacerlo como una empleada entre extraños, menospreciada y pisoteada por todos— y durante la primera semana no me sentà en absoluto desdichada.
Aquellas palabras —«Es posible que nos veamos de nuevo» y «¿TendrÃa alguna importancia para usted que eso ocurriera?»— resonaban todavÃa en mis oÃdos y en mi corazón, y eran mi fuerza y mi secreto consuelo.