Ashby Park era realmente una espléndida residencia. La mansión era señorial en su exterior; cómoda y elegante en su interior; el parque, grande y bellÃsimo, especialmente por la magnificencia de sus árboles, sus majestuosas manadas de ciervos, su gran estanque y los bosques centenarios que se extendÃan más allá de sus lindes, aunque no poseÃa ese tipo de ondulaciones del terreno que tanto acrecientan la belleza de un paisaje de esta clase.
Y bien, aquél era el lugar que Rosalie Murray tanto habÃa anhelado llamar suyo, el que tenÃa que poseer, cualesquiera fueran las condiciones y el precio que tuviera que pagar, y quienquiera que fuese el compañero con quien tuviese que compartir el honor y la felicidad de ser su dueña. No quiero censurarla.
Me recibió con gran afecto y, aunque yo no era sino la hija de un pobre clérigo, una institutriz y maestra de escuela, me abrió las puertas de su casa con alegre naturalidad, y —lo que me sorprendió bastante— se molestó en que mi estancia fuese agradable.