A la mañana siguiente, y a pesar de los desengaños que habÃa experimentado, me levanté llena de un alegre optimismo; pronto, sin embargo, descubrà que vestir a Mary Ann no era ni mucho menos un asunto baladÃ, ya que debÃa untar de pomada su abundante cabellera, separarla en tres largas trenzas y formar luego una sola, adornada con cintas; una tarea que mis dedos, tan poco acostumbrados a estos trabajos, encontraron muy difÃcil. Me dijo que su niñera podÃa hacerlo en la mitad de tiempo y, al dar muestras de gran impaciencia, hacÃa que me demorara aún más. Una vez concluida la operación fuimos al cuarto de estudios, donde me encontré con mi segundo alumno, y charlé con los dos hasta que llegó la hora de bajar a desayunar. Cuando el desayuno tocó a su fin y después de intercambiar con la señora Bloomfield algunas palabras de cortesÃa, volvimos al cuarto de estudios y comenzamos la primera clase. Descubrà que mis alumnos estaban realmente retrasados. Al menos Tom, aunque reacio a cualquier ejercicio mental, tenÃa ciertas aptitudes. Mary Ann apenas podÃa leer una palabra y era tan descuidada e indiferente que me resultaba casi imposible comunicarme con ella. No obstante, con gran esfuerzo y paciencia por mi parte, conseguà que hiciesen alguna cosa en el curso de la mañana. Al terminar, acompañé a mis alumnos al jardÃn y a los terrenos que lo circundaban para un pequeño recreo antes de comer. Allà nos entendimos tolerablemente bien, a excepción de que ellos no parecÃan tener ni idea de lo que era ir conmigo y era yo la que debÃa ir con ellos a donde quiera les apeteciese.