Ahorraré a mis lectores la descripción de la dicha que experimenté al regresar a mi casa, de la felicidad que me embargó durante aquel breve paréntesis de descanso y libertad transcurrido en un lugar tan querido y familiar, entre los seres que querÃa y me querÃan, y del dolor que me causó tener que despedirme de ellos de nuevo por largo tiempo.
No obstante, regresé a mi trabajo con el mismo vigor: una tarea más ardua de lo que nadie pueda imaginar, a no ser que haya sufrido el castigo de tener a su cargo el cuidado y la dirección de una tropa de rebeldes maliciosos y turbulentos, a los cuales no es posible obligar a cumplir sus deberes ni con el máximo esfuerzo, y de cuya conducta, sin embargo, debe rendir cuentas a un poder superior; el cual, a su vez, le exige aquello que no puede conseguirse sin la ayuda de su autoridad, y que, bien por indolencia o por miedo a perder la estima de la mencionada pandilla de rebeldes, se niega a prestar.
Me resulta difÃcil concebir situaciones más desoladoras que ésta: por mucho que desees el éxito, por mucho que luches por cumplir con tu deber, tus esfuerzos se ven frustrados y aniquilados por los que están por debajo de ti e injustamente censurados y malinterpretados por los que están por encima.