"Yo solÃa preocuparme mucho —me dijo—, pero un dÃa de primavera de 1934, cuando iba por la calle West Dougherty, en Webb City, vi un espectáculo que desvaneció todas mis preocupaciones. Todo sucedió en diez segundos, pero, en este tiempo, aprendà acerca de cómo se debe vivir más de lo que habÃa aprendido en los diez años anteriores. Durante dos años, habÃa tenido un almacén de comestibles en Webb City. No solamente habÃa perdido todos mis ahorros, sino que habÃa contraÃdo deudas cuya liquidación me exigió siete años. Mi almacén se habÃa cerrado el sábado anterior y ahora iba en busca de un préstamo al Banco Mercantil y Minero, a fin de ir a Kansas City para tratar de obtener una colocación. Era un hombre vencido. HabÃa perdido mi espÃritu de lucha y mi fe. En esto vi que venÃa por la calle un hombre sin piernas. Estaba sentado en una plataforma de madera equipada con ruedas de patÃn. Se empujaba con los bloques de madera que llevaba en cada mano. Lo vi en el momento en que habÃa cruzado la calle y trataba de subir el escalón de unos cuantos centÃmetros de la acera. Cuando inclinaba su plataforma de madera para formar el ángulo apropiado, sus ojos se encontraron con los mÃos. Me saludó con una amplia sonrisa. ' Buenos dÃas, señor. Linda mañana, ¿no es asÃ?' Al contemplarlo comprendà qué rico era yo. TenÃa dos piernas. PodÃa caminar. Me avergoncé de la compasión que yo mismo me habÃa inspirado. Me dije que, si aquel hombre podÃa ser feliz y animoso sin piernas, yo lo podÃa ser con ellas. Sentà cómo mi pecho se ensanchaba. HabÃa proyectado pedir al Banco Mercantil y Minero cien dólares. Pero, ahora, tuve el valor de pedir doscientos. HabÃa proyectado decir que querÃa ir a Kansas City para tratar de conseguir un cargo. Pero, ahora, anuncié confiadamente que querÃa ir a Kansas City para conseguir empleo. Obtuve el préstamo y también el empleo.