Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida

El banco ejecutó la hipoteca de mi casa y nos puso a mí y a mi familia en la calle.

De algún modo nos las arreglamos para reunir unos pocos dólares y alquilar un exiguo departamento. Nos mudamos el último día de 1933. Me senté en un cajón de embalaje y miré a mi alrededor. Acudió a mi mente un viejo refrán que repetía mi madre: "No hay que llorar por la leche derramada".

Pero no era leche... ¡era la sangre de mi corazón!

Después de permanecer allí sentado un rato, me dije:

"Y bien. He tocado fondo y he sobrevivido. Ahora no me queda otro remedio que ir hacia arriba".

Me puse a pensar en las cosas de valor que la hipoteca no me había arrebatado. Conservaba la salud y a mis amigos. Empezaría de nuevo. No me lamentaría por el pasado. Me repetiría todos los días las palabras que mi madre solía decir sobre la leche derramada.


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