La oscuridad se cernÃa sobre Gravesend, y más lejos aún, parecÃa condensarse en una lúgubre capa que envolvÃa la ciudad más grande y poderosa del universo. El director de las compañÃas era a la vez nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro observábamos con afecto su espalda mientras, de pie en la proa, contemplaba el mar. En todo el rÃo no se veÃa nada que tuviera la mitad de su aspecto marino. ParecÃa un piloto, que para un hombre de mar es la personificación de todo aquello en que puede confiar. Era difÃcil comprender que su oficio no se encontrara allÃ, en aquel estuario luminoso, sino atrás, en la ciudad cubierta por la niebla.