El último de los Mohicanos

Capítulo VII

No duermen.

En aquellos arrecifes, una mano oscura,

Les veo sentados.

Gray.

¡Permanecer ocultos ante tales ruidos del bosque sería como hacer caso omiso a una advertencia que atañe a nuestra seguridad! —dijo Ojo de halcón—, las damas pueden permanecer escondidas, pero los mohicanos y yo haremos guardia sobre la roca, donde supongo que un comandante de la sesenta preferiría hacemos compañía.

—¿Tanto es el peligro que corremos? —preguntó Cora.

—Sólo aquél que emite los ruidos extraños, y lo hace para comunicar algo, conoce la extensión del peligro que corremos. ¡No puedo estar tranquilo mientras tienen lugar estas advertencias! Incluso el pusilánime que pasa sus días cantando se estremece por el grito y dice que está «preparado para intervenir en la batalla». Si sólo fuese una batalla, lo entenderíamos todos y nos enfrentaríamos a ello con facilidad; pero cuando tales gritos provienen de un lugar a medio camino entre el cielo y la tierra, ¡me da la impresión de que presagian otra clase de lucha!

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