El último de los Mohicanos

—Es cierto, muchacho —le interrumpió con impaciencia el anciano—. Estuvo usted más dispuesto a hablar de esa cuestión el día que llegó; ¡pero no creí apropiado que un viejo soldado hablase de bendiciones nupciales o anécdotas de boda cuando los enemigos de su rey estaban a las puertas del recinto! De todos modos me equivoqué, me equivoqué entonces, Duncan, muchacho; y ahora estoy dispuesto a oír lo que tenga que decir al respecto.

—Sin menosprecio por el placer que sus palabras suponen para mí, estimado señor, lo que debo comunicarle ahora mismo es un mensaje de parte de Montcalm.










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