El último de los Mohicanos

Capítulo XIX

Salarino. —Pues, seguro que si no cumple, no serás capaz de cobrárselo en su carne; ¿de qué te serviría eso?

Shylock. —Como cebo para pescar, si no es para otra cosa; y si no puede servir de alimento en ningún otro sentido, al menos alimentará mi venganza.

El mercader de Venecia.

Las sombras del atardecer se habían sumado a la naturaleza sombría del paisaje cuando el grupo entró en las ruinas del fuerte William Henry. El explorador y sus compañeros hicieron rápidamente los preparativos para permanecer allí esa noche; pero con una actitud tan sobria y comedida que dejaba entrever hasta qué punto los horrores contemplados ese día habían alterado sus ánimos. Apoyaron algunos listones de madera contra una pared chamuscada; y tras cubrirlos Uncas con algo de vegetación, les sirvieron de refugio suficiente. El joven indio señaló hacia la rudimentaria cabaña cuando terminó su labor. Heyward, comprendiendo el significado del gesto amistoso, invitó a Munro para que entrase. Dejando al fatigado anciano inmerso en sus penas, Duncan regresó al exterior para respirar aire fresco, ya que estaba demasiado inquieto como para someterse al descanso recomendado por su experimentado amigo.

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