No reemprendieron la marcha hasta que la oscuridad del anochecer hizo que fuera difícil divisar las cosas. Siguieron su ruta al amparo de la noche, dirigiéndose esta vez enérgica pero, a la vez, sigilosamente hacia la orilla occidental. A pesar de que la rugosa silueta montañosa no presentaba ningún signo distintivo a ojos de Duncan, el mohicano penetró en el lugar escogido por él como refugio con la destreza de un navegante experimentado.
De nuevo levantaron la canoa y la llevaron bosque adentro, en donde la escondieron cuidadosamente bajo un montón de ramas y maleza. Los aventureros se hicieron cargo de sus armas y sus equipajes, y el explorador les comunicó a Munro y Heyward que, por fin, ya estaban preparados para la marcha.