El último de los Mohicanos

Estando familiarizado con la situación, David tomó la iniciativa de seguir, caminando con tal decisión que ningún obstáculo parecía importarle, hasta llegar a la mismísima choza aludida. Se trataba de la edificación más importante del poblado, aunque también estaba hecha de ramas de árbol; era el lugar en el que se celebraban los consejos y las reuniones públicas de la tribu durante su estancia temporal en la frontera con la provincia inglesa. Al pasar por el lado de los tenebrosos y fuertes salvajes, Duncan encontró dificultades para dar forma a una imprescindible expresión de indiferencia en su rostro; pero, consciente de que su supervivencia dependía de su aparente estado mental, confió en las apariencias de su compañero, a quien siguió y emuló en su avance, mientras pensaba en alguna estrategia para la ocasión. Su sangre se heló al encontrarse en pleno contacto con tan fieros e implacables enemigos; pero logró dominarse lo suficiente como para llegar hasta el centro del lugar sin dar muestras de debilidad. Imitando al flemático Gamut, extrajo una buena cantidad de ramas aromáticas a partir de un montón que había en una de las esquinas de la choza y tomó asiento sin decir palabra.




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