El último de los Mohicanos

Un guerrero nativo lucha al igual que como duerme, sin apenas nada que le sirva de protección. Por lo tanto, los alaridos pusieron en pie de combate a doscientos hombres que ya estaban dispuestos nada más sonar los gritos de alarma. Pronto se supo de la huida, y toda la tribu se congregó alrededor de la choza del consejo, esperando con impaciencia las instrucciones de los jefes. Ante tanto entusiasmo, la presencia del astuto Magua no podía faltar. Todos se preguntaron dónde podría estar en cuanto se mencionó su nombre. Se enviaron mensajeros hasta su vivienda para que compareciera.

Mientras tanto se les ordenó a algunos de los hombres más rápidos y experimentados que rodeasen el descampado y lo vigilasen desde la orilla del bosque, para asegurarse de que sus supuestos vecinos, los delaware, no estaban tramando alguna acción. Por uno y otro lado corrían mujeres y niños y, en resumidas cuentas, todo el campamento daba la sensación de estar sumido en el caos más profundo. Sin embargo, poco a poco fueron disminuyendo las señales de desorden, y en pocos minutos estaban reunidos los más ancianos y distinguidos jefes, consultando entre sí en la edificación que se había construido para tales menesteres.


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