El Principito

—Por la noche me cubrirás con un fanal. Hace mucho frío en tu tierra. No se está muy a gusto; allá de donde yo vengo…

La flor se interrumpió; había llegado allí en forma de semilla y no era posible que conociera otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para atraerse la simpatía del principito.

—¿Y el biombo?

—Iba a buscarlo, pero como no dejabas de hablarme…

Insistió en su tos para darle al menos remordimientos.

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De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.

«Yo no debía hacerle caso —me confesó un día el principito—, nunca hay que hacer caso a las flores; basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso. Aquella historia de garras y tigres que tanto me molestó hubiera debido enternecerme».

Y me contó todavía:

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