Robinson Crusoe

8. Expedición temeraria

Mientras atendía a todas esas cosas, podéis imaginar que muchas veces mis pensamientos tornaban hacia aquella tierra que divisara desde el lado opuesto de la isla, y que sentía nacer en mí la secreta esperanza de alcanzar alguna vez sus playas, pensando que acaso fuese tierra continental a donde pudiera trasladarme más adelante y hallar, por fin, el camino de la liberación.

En ningún momento dejé de ver claramente los peligros que aquello suponía; lo peor era caer en manos de salvajes, sobre todo de aquellos que tenía razones para suponer peores que los leones y tigres del África. Sabía que de ser apresado lo más probable era que me asesinaran e incluso comieran; había oído decir que los caribes eran antropófagos e imaginaba, por la latitud, que no podía hallarme a mucha distancia de aquellas costas. Aun suponiendo que no fueran caníbales, lo mismo me matarían como a tantos europeos víctimas de su salvajismo; recordé que hasta grupos de veinte o treinta hombres habían sucumbido a los ataques de los salvajes y poca esperanza de defenderme podía abrigar con tal comparación. Como se ve, puse todo en la balanza; pero aquellas consideraciones que más tarde influyeron sobre mí no podían impedir ahora que mi imaginación volviera una y otra vez a su fantasía de llegar a aquellas tierras.

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