Robinson Crusoe

10. Los caníbales

Mientras me ocupaba en las cosas ya descritas, no descuidé sin embargo el resto de mis trabajos. Lo que más me preocupaba era la cuestión del pequeño rebaño de cabras. Para ese entonces, no solamente me daban carne en abundancia y proveían a mis necesidades sin tener que gastar pólvora y balas, sino que me eximían de la difícil caza de las cabras salvajes. Es por eso que sentía profunda inquietud ante la idea de perder aquellas ventajas y verme obligado a principiar nuevamente la domesticación.

Pensándolo mucho, no vi más que dos caminos en ese sentido. Uno de ellos era encontrar sitio adecuado para excavar una caverna bajo tierra a fin de recoger allí las cabras por la noche; el otro consistía en cercar dos trozos de terreno, lejos uno del otro y lo más ocultos posible, donde pudiera yo criar una media docena de cabras. En esa forma, si alguna desgracia le ocurría al rebaño mayor, podría renovarlo pronto sin mucha fatiga. Cierto que esto último requería gran trabajo, pero me pareció la mejor de las dos soluciones.



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