Robinson Crusoe

4. La isla desierta

Era pleno día cuando desperté; el tiempo estaba despejado y sin huellas del temporal, por lo que el mar aparecía muy tranquilo. Lo que más me sorprendió fue advertir que la marea había zafado el barco de las arenas donde encallara y traído hasta junto a la roca donde por poco me matan las olas al golpearme contra ella. Apenas una milla me separaba del barco, y notando que éste se mantenía a flote se me ocurrió ir a bordo en procura de aquellas cosas que me fueran necesarias.

Bajando del árbol, dirigí la vista en torno y no tardé en descubrir el bote que el viento y las olas habían arrojado a las arenas dos millas a mi derecha. Fui hacia él para asegurarlo, pero encontré un brazo de mar ancho de media milla entre el bote y yo, y volviéndome por el mismo camino busqué acercarme al barco, donde esperaba encontrar alimentos.






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