Oliver permaneció por espacio de varios dÃas en la casa del judÃo, haciendo desaparecer las marcas de los pañuelos de bolsillo, que en gran número le entregaban, tomando parte alguna vez en el juego descrito en el capÃtulo anterior, que indefectiblemente jugaban todas las mañanas el alegre viejo y los dos muchachos. Sintió al fin Oliver la nostalgia del aire libre, y suplicó varias veces y con insistencia al anciano caballero que le permitiera salir a trabajar con sus dos compañeros.