Oliver Twist

—Con permiso de usted señora —dijo una vieja de cara de bruja, asomando la cabeza por la puerta—. La anciana Sara está agonizando.

—¿Y a mí qué me cuenta usted? —contestó la matrona con violencia—. ¿Puedo yo impedir que se muera?

—No… no, señora; nadie puede impedirlo, puesto que se muere sin remedio. He visto morir a muchos… lo mismo niños débiles que hombres fuertes y robustos; y he aprendido a conocer cuándo llega la muerte. Pero es el caso que Sara parece agitada, y cuando los accesos le dejan un momento de reposo, cosa que ocurre rara vez, pues se muere a chorros, dice que es preciso que diga a usted algo muy importante, que no morirá tranquila hasta que haya hablado con usted.

La buena matrona se deshizo en invectivas y lanzó mil maldiciones contra las viejas que ni morir saben sin molestar a propósito y con dañina intención a las personas dignas, y arrebujándose en un abrigo, suplicó al señor Bumble que la esperase hasta su vuelta. Seguidamente dijo a la mensajera que caminase deprisa, porque no era caso de eternizarse ni de pasar toda la noche fuera de su cuarto, y echó a andar tras aquélla, de muy mala gana y refunfuñando sin cesar.

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