—¿Quién llama? —preguntó Britles, abriendo un poco la puerta, piel, sin soltar la cadena.
—Abra usted —contestó una voz—. Somos los agentes de Bow Street a quienes enviaron a buscar esta mañana.
Tranquilo al oÃr aquellas palabra Britles abrió la puerta de par en par y encontróse frente a un individuo corpulento, envuelto en un levitón, que penetró en la casa sin hablar palabra y fue a limpiarse zapatos en la estera con el mismo desparpajo que si en su propia resistencia se encontrase.
—Que salga uno inmediatamente para revelar a mi compañero, que ha quedado en el carruaje —dijo el agente—. ¿Hay aquà cochera donde podamos colocar nuestro coche durante cinco o diez minutos?
Como Britles contestara afirmativamente, el del levitón salió a la verja del jardÃn y ayudó a su compañero a entrar el coche, mientras el que he mencionado en primer lugar les hacÃa luz presa de admiración. Colocado el coche, volvieron los tres a la casa y entraron en recibimiento, donde se despoja los dos agentes de sus levitones sombreros dejando al descubierto sus humanidades respectivas.