Oliver Twist

Comisionaron al señor Bumble para que practicara algunas diligencias preliminares encaminadas a encontrar un capitán cualquiera que necesitara para paje de escoba a un muchacho que estuviera solo en el mundo. El buen bedel, cumplido su cometido, volvía al hospicio para dar cuenta a la Junta del resultado de su misión, cuando tropezó en la puerta con el empresario de pompas fúnebres de la parroquia, el señor Sowerberry en persona.

Era el señor Sowerberry un hombre alto y delgado, embutido en un traje negro muy raído, que completaban unas medias remendadas del mismo color que el traje y unos zapatos en armonía con el resto de la indumentaria. No ofrecía un semblante risueño por obra y gracia de la naturaleza; pero, esto, no obstante, era dado a la jocosidad y alegría. Al ver a Bumble, avivó el paso y le tendió cordialmente la diestra.

—Vengo de tomar las medidas de dos mujeres que emprendieron el viaje la noche pasada, señor Bumble —dijo el funerario.

—Usted hará fortuna, señor Sowerberry —contestó el bedel, metiendo el pulgar y el índice en la cajita de rapé del funerario, cajita que era reproducción en pequeño de un féretro de la invención de su propietario, convenientemente patentado—. Le digo que se hará rico —repitió el bedel, dándole con su bastón un golpecito amistoso en la espalda.

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