Tiempos difíciles

 

CAPITULO XI

CALLEJÓN SIN SALIDA 

Los palacios de las hadas se iluminaron de nuevo antes que el pálido amanecer pusiese en evidencia las monstruosas serpientes de humo que se desenroscaban por encima de Coketown. Ruido de pasos sobre el pavimento; rápido repique de campanas, y en seguida reanudaron su pesado vaivén los elefantes, tristes y enloquecidos, previamente pulidos y aceitados para el trabajo del día.

Esteban se inclinó sobre su telar, tranquilo, vigilante, sereno. Formaba raro contraste, lo mismo que todos los demás hombres que trabajaban en el mismo bosque de telares que Esteban, con el crujir, aplastar y chirriar de las máquinas a que atendían. No temáis, buenas gentes a las que tanto inquieta el problema que el arte relegue a la Naturaleza al olvido; aparead dondequiera lo que es creación de Dios y lo que es creación del hombre; aquélla, aunque se trate de una tropa desdeñosa de brazos, saldrá aventajada con la comparación. 

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