UNA SEÑORA ANCIANA
El bueno de Esteban bajó por los dos escalones blancos, cerró la puerta pintada de negro que tenía una chapa de bronce, tirando del punto y aparte de bronce, al que frotó con la manga de su chaqueta, viendo que su mano febril lo había empañado. Cruzó la calle sin levantar los ojos del suelo, y ya se alejaba, lleno de dolor, cuando sintió que alguien le tocaba en el brazo.