Tiempos difíciles

 

CAPITULO XIII

RAQUEL 

La luz de una vela brillaba débilmente en la ventana, esa ventana hasta la que había subido con frecuencia  la escalera negra para que se deslizase fuera todo lo que hay de más valioso en este mundo para una esposa trabajadora y para una nidada de hambrientos hijos pequeños; y Esteban agregó a sus restantes consideraciones el repulsivo pensamiento de que, de todas las desigualdades que nos ofrecen los diferentes pasos de nuestra existencia sobre la tierra, no hay desigualdad mayor que la que se manifiesta en la muerte. Comparada con ella, no es nada la del nacimiento. ¿Cómo comparar el hecho de que esta noche, y en el mismo instante, nazca un niño hijo del rey y otro niño hijo de un tejedor, con el de la muerte de un ser que era útil para otros o querido por otros, mientras que aquella mujer desenfrenada seguía viviendo? 

Con la respiración en suspenso y a paso lento, pasó tristemente Esteban del exterior al interior de la casa, se dirigió a la puerta de su habitación y entró. Todo era allí tranquilidad; Raquel estaba sentada junto a la cama.

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