Tiempos difíciles

 

CAPITULO IV

HOMBRES Y HERMANOS 

-¡Amigos míos, obreros oprimidos de Coketown! ¡Amigos míos y compatriotas, esclavos de una mano de hierro y de un despotismo martirizador! ¡Amigos míos, compañeros de sufrimiento, compañeros trabajadores y compañeros hombres como yo! Os anuncio que ha llegado la hora de que nos agrupemos todos como una sola fuerza unida, y que pulvericemos a los opresores que durante tanto tiempo han engordado con el saqueo de nuestras familias, con el sudor de nuestra frente, con el trabajo de nuestras manos, con la fuerza de nuestros músculos, con los derechos humanos más gloriosos que Dios creó, con los dones sagrados y eternos de la fraternidad.

Estallaron muchos gritos de «¡Bravo! ¡Así se habla! ¡Hurra!», en distintos sitios del gran salón donde la muchedumbre se apretujaba en una atmósfera sofocante, y en cuyo escenario el orador se entregaba a todos los arrebatos de su ira y de su indignación. A fuerza de gritos se había acalorado, y su ronquera era tan grande como su acaloramiento. A fuerza de bramar a pleno pulmón debajo de un centelleante foco de gas; a fuerza de cerrar los puños, arrugar el entrecejo, apretar los dientes y bracear con energía, se había agotado de tal manera, que no tuvo más remedio que hacer un alto y pedir un vaso de agua.

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