Tiempos difíciles

-Esto es, señor, y si me permitís, ya estamos en casa.

Se detuvo a la luz crepuscular, junto a la puerta de una taberna pequeña que estaba alumbrada por luces rojas y mortecinas. La taberna parecía tan decaída y desaseada como si, a fuerza de beber ella misma, hubiese seguido el camino de todos los borrachos y no anduviese ya lejos del desenlace.

- No tenéis más que cruzar la cantina, señor, subir por las escaleras, si no os parece mal, y esperar un instante a que yo encienda una vela. Si oís ladrar a un perro, señor, no os preocupéis, es Patas Alegres, y no hace otra cosa que ladrar. 

- ¡Conque Patas Alegres y los nueve aceites! -dijo el señor Bounderby, entrando el último, acompañado de su metálica risa-. ¡Bueno va todo esto para un hombre como yo, que se ha formado por su propio esfuerzo! 



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