‑¿Qué le ha pasado? ¿Está enfermo? ‑le preguntó el comisario secamente.
‑Apenas podÃa sostener la pluma hace un momento, cuando escribÃa su declaración ‑observó el secretario, volviendo a sentarse y empezando de nuevo a hojear papeles.
‑¿Hace mucho tiempo que está usted enfermo? ‑gritó Ilia Petrovitch desde su mesa, donde también estaba hojeando papeles. Se habÃa acercado como todos los demás, a Raskolnikof y le habÃa examinado durante su desvanecimiento. Cuando vio que volvÃa en sÃ, se apresuró a regresar a su puesto.
‑Desde anteayer ‑balbuceó Raskolnikof.
‑¿Salió usted ayer?
‑SÃ.
‑¿Aun estando enfermo?
‑SÃ.
‑¿A qué hora?
‑De siete a ocho.
‑PermÃtame que le pregunte dónde estuvo.
‑En la calle.
‑He aquà una contestación clara y breve.
Raskolnikof habÃa dado estas respuestas con voz dura y entrecortada. Estaba pálido como un lienzo. Sus grandes ojos, negros y ardientes, no se abatÃan ante la mirada de Ilia Petrovitch.