Crimen y Castigo

Capítulo 4

 

Raskolnikof se fue derecho a la casa del canal donde habitaba Sonia. Era un viejo edificio de tres pisos pintado de verde. No sin trabajo, encontró al portero, del cual obtuvo vagas indicaciones sobre el departamento del sastre Kapernaumof. En un rincón del patio halló la entrada de una escalera estrecha y sombría. Subió por ella al segundo piso y se internó por la galería que bordeaba la fachada. Cuando avanzaba entre las sombras, una puerta se abrió de pronto a tres pasos de él. Raskolnikof asió el picaporte maquinalmente.

‑¿Quién va? ‑preguntó una voz de mujer con inquietud.

‑Soy yo, que vengo a su casa ‑dijo Raskolnikof.

Y entró seguidamente en un minúsculo vestíbulo, donde una vela ardía sobre una bandeja llena de abolladuras que descansaba sobre una silla desvencijada.

‑¡Dios mío! ¿Es usted? ‑gritó débilmente Sonia, paralizada por el estupor.

‑¿Es éste su cuarto?

Y Raskolnikof entró rápidamente en la habitación, haciendo esfuerzos por no mirar a la muchacha.

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