Crimen y Castigo

Capítulo 2

 

‑¡Ah, estos cigarrillos! ‑dijo al fin Porfirio Petrovitch‑. Son un veneno, un verdadero veneno. Tengo tos, se me irrita la garganta, padezco de asma. Como soy algo aprensivo, he ido a ver al doctor B***, que es un médico que está examinando a cada enfermo durante media hora como mínimo. Se ha echado a reír al verme, y, después de palparme y auscultarme cuidadosamente, me ha dicho: «El tabaco no le va nada bien. Tiene usted los pulmones dilatados.» No lo dudo, pero ¿cómo dejar el tabaco? ¿Por qué otra cosa lo puedo sustituir? Yo no bebo: eso es lo malo… ¡Je, je, je! Toda mi desgracia viene de que no bebo. Pues todo es relativo en este mundo, Rodion Romanovitch, todo es relativo.

«Ya está de nuevo con sus tonterías», pensó Raskolnikof, contrariado.

Al punto le vino a la memoria su última entrevista con el juez de instrucción, y este recuerdo trajo a su ánimo todos sus anteriores sentimientos.

‑Anteayer por la tarde estuve aquí, ¿no lo sabía usted? ‑continuó Porfirio Petrovitch, paseando una mirada por la habitación‑. Estuve aquí dentro. Al pasar por esta calle se me ocurrió, como se me ha ocurrido hoy, hacerle una visita. La puerta estaba abierta de par en par. Esperé un momento y me volví a marchar sin ni siquiera ver a la sirvienta para darle mi nombre. ¿Nunca cierra usted la puerta?

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