La Dama de las Camelias

Capítulo XIV

Al llegar a casa, me puse a llorar como un niño. No hay hombre que no haya sido engañado al menos una vez y que no sepa lo que se sufre.

Bajo el peso de las resoluciones de la fiebre, que siempre nos creemos con fuerza para cumplir, me dije que tenía que romper inmediatamente con aquel amor, y esperé el día con impaciencia para ir a reservar billete y volver al lado de mi padre y de mi hermana, doble amor del que estaba seguro y que ése sí que no me engañaría.

Sin embargo no quería irme sin que Marguerite supiera exactamente por qué me iba. Sólo un hombre que definitivamente ya no quiere a su amante puede abandonarla sin escribirle.

Escribí y volví a escribir veinte cartas en mi cabeza.

Estaba claro que había estado tratando con una chica parecida a todas las entretenidas, la había poetizado en exceso, y ella me había tratado como a un escolar, empleando para engañarme una treta de una simplicidad insultante. Entonces mi amor propio se sublevó. Tenía que abandonar a aquella mujer sin darle la satisfacción de saber lo que me hacía sufrir aquella ruptura, y, con mi letra más elegante y lágrimas de rabia y de dolor en los ojos, le escribí lo siguiente:

Mi querida Marguerite:

eXTReMe Tracker