La Dama de las Camelias

Capítulo XXII

Me parecía que el tren no avanzaba.

Llegué a Bougival a las once.

No había iluminada ni una ventana de la casa, y llamé sin que nadie me respondiera.

Era la primera vez que me sucedía una cosa parecida. Al fin se presentó el jardinero. Entré.

Apareció Nanine con una luz. Llegué a la habitación de Marguerite.

—¿Dónde está la señora?

—La señora se ha ido a París —me respondió Nanine.

—¡A París!

—Sí, señor.

—¿Cuándo?

—Una hora después que usted.

—¿Y no le ha dejado nada para mí?

—Nada.

Nanine se retiró.

«Es capaz de haberse asustado —pensé— y haberse ido a París para cerciorarse de que la visita que le dije que iba a hacer a mi padre no era un pretexto para tener un día de libertad».

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