La Dama de las Camelias

Capítulo XXVI

Lo que siguió a aquella noche fatal lo sabe usted tan bien como yo, pero lo que no sabe, lo que no puede sospechar es lo que he sufrido desde nuestra separación.

Me enteré de que su padre se lo había llevado consigo, pero me figuraba que no podría vivir mucho tiempo lejos de mí, y, el día en que me encontré con usted en los Campos Elíseos, me emocioné, pero no me sorprendí.

Comenzó entonces aquella serie de días, cada uno de los cuales me traía un nuevo insulto suyo, insulto que recibía casi con alegría, pues, aparte de que era la prueba de que me seguía queriendo, me parecía que cuanto más me persiguiera más me engrandecería a sus ojos el día en que supiera la verdad.

No se extrañe de este martirio gozoso, Armand:: el amor que usted sintió por mí abrió mi corazón a nobles entusiasmos.

Sin embargo no fui tan fuerte enseguida.

Entre la realización del sacrificio que hice por usted y su vuelta pasó un tiempo bastante largo, durante el cual necesité recurrir a medios físicos para no volverme loca y para aturdirme en la vida a que me había lanzado. ¿No le dijo Prudence que iba a todas las fiestas, a todos los bailes, a todas las orgías?

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