La Dama de las Camelias

Capítulo XXVII

—¿Lo ha leído? —me dijo Armand cuando terminé la lectura del manuscrito.

—Comprendo lo que ha debido de sufrir usted, amigo mío, si todo lo que he leído es cierto.

—Mi padre me lo ha confirmado en una carta.

Charlamos aún un rato sobre el triste destino que acababa de cumplirse, y volví a mi casa a descansar un poco.

Armand, siempre triste, pero un poco aliviado por el relato de esta historia; se restableció rápidamente; y fuimos juntos a visitar a Prudence y a Julie Duprat.

Prudence acababa de quebrar. Nos dijo que era Marguerite la causante; que, durante su enfermedad, le había prestado mucho dinero, por el que había firmado pagarés que luego no pudo pagar, pues Marguerite se murió sin devolvérselo y sin haberle dado recibos con los que hubiera podido presentarse como acreedora.

Con ayuda de esa fábula, que la señora Duvernoy contaba por todas partes para justificar sus malos negocios, le sacó un billete de mil francos a Armand, que no lo creyó, pero que prefirió dar a entender que lo creía, de tanto respeto como tenía por todo lo que estaba relacionado con su amante.

Luego llegamos a casa de Julie Duprat, que nos contó los tristes acontecimientos de que había sido testigo, derramando lágrimas sinceras ante el recuerdo de su amiga.

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