La Dama de las Camelias

Capítulo VIII

—Sin embargo —continuó Armand tras una pausa—, aun comprendiendo que todavía estaba enamorado, me sentía más fuerte que entonces, y en mi deseo de volver a encontrarme con ella había también una voluntad de hacerle ver la superioridad que sobre ella había conseguido.

¡Con cuántos rodeos se anda el corazón y cuántas razones se da para llegar adonde quiere!

Así que no pude quedarme mucho tiempo en los pasillos, y volví a mi sitio del patio de butacas, lanzando una ojeada rápida a la sala, para ver en qué palco estaba ella.

Estaba en un palco proscenio de platea y completamente sola. Había cambiado mucho, como ya le he dicho, y ya no se veía en su boca aquella su sonrisa indiferente. Había sufrido, sufría aún.

Aunque ya estábamos en abril, todavía iba vestida como en invierno y toda cubierta de terciopelo.

La miraba tan obstinadamente, que mi mirada acabó por atraer la suya.

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