Leer online Bajo el cielo del oeste

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XVI

Grande fue la satisfacción de Magdalena al poderse apear de su caballo junto a un crepitante fuego, a cuyo arrimo humeantes ollas y pucheros les esperaban. Excepto los hombros, que habían estado protegidos por el impermeable, el resto de su persona se hallaba empapado en agua. Las mejicanas acudieron presurosas en su ayuda instándola a cambiarse de ropa en una de las tiendas contiguas; pero la joven prefirió de momento calentar sus entumecidas extremidades, y presenciar la llegada de sus amigos.

Dorotea se dejó caer de su silla en los brazos de varios expectantes cowboys. Apenas podía dar un paso. Su aspecto no tenía en aquel momento nada de elegante. Un empapado e informe sombrero ocultaba a medias su rostro. Por debajo de su ala lanzaba un plañidero lamento:

—¡Oh!… ¡Qué… horripilante… excursión! —La señora Beck estaba en peor situación. Tuvieron que bajarla en vilo de su caballo.

—¡Estoy entumecida! ¡Estoy hecha una ruina! Bobby… ¡procúreme usted un sillón de ruedas!

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