La letra escarlata
La letra escarlata EL anciano médico había sido durante toda su vida un hombre de temperamento tranquilo y benévolo, aunque no de afectos muy calurosos, y siempre puro y honrado en todos sus tratos con el mundo. Había comenzado ahora una investigación con la severa é imparcial integridad de un juez, como él se imaginaba, deseoso tan sólo de hallar la verdad, como si se tratara de un problema geométrico, y no de las pasiones humanas y de las ofensas de que él era víctima. Pero á medida que procedía en su labor, una especie de terrible fascinación, una necesidad imperiosa é ineludible se apoderó del anciano Rogerio, y no le dejó paz ni reposo mientras no hubo hecho todo lo que creía de su deber. Sondeaba ahora el corazón del pobre ministro como un minero cava la tierra en busca de oro; ó un sepulturero una fosa en busca de una joya enterrada con un cadáver, para encontrar al fin solamente huesos y corrupción. ¡Ojalá que, para beneficio de su alma, hubiera sido esto lo que Chillingworth buscaba!
Á veces en los ojos del médico brillaba un fulgor ominoso á manera del reflejo de una hoguera infernal, como si el terreno en que trabajaba este sombrío minero le hubiese dado indicios que le hicieran concebir fundadas esperanzas de hallar algo valioso.
