La letra escarlata
La letra escarlata Á pesar de lo lentamente que caminaba el ministro, había éste pasado casi de largo, antes de que á Ester le hubiera sido posible hacerse oir y atraer su atención. Al fin lo consiguió.
—¡Arturo Dimmesdale!—dijo al principio con voz apenas perceptible, pero que fué creciendo en fuerza, aunque un tanto ronca,—¡Arturo Dimmesdale!
—¿Quién me llama?—respondió el ministro.
Irguiéndose rápidamente, permaneció en esa posición, como un hombre sorprendido en una actitud en que no quisiera haber sido visto. Dirigiendo las miradas con ansiedad hacia el lugar de donde procedía la voz, percibió vagamente bajo los árboles una forma vestida con traje tan obscuro, y que se destacaba tan poco en medio de la penumbra que reinaba entre el espeso follaje, que casi no daba paso á la luz del mediodía, que apenas pudo distinguir si era una sombra ó una mujer.
Se adelantó un paso hacia ella y descubrió la letra escarlata.
—¡Ester! ¡Ester Prynne!—exclamó,—¿eres tú? ¿Estás viva?
—Sí,—respondió,—¡con la vida con que he vivido estos siete últimos años! Y tú, Arturo Dimmesdale, ¿vives aún?
