La letra escarlata
La letra escarlata —TÚ la amarás tiernamente,—repitió Ester mientras en unión de Dimmesdale contemplaban á Perla.—¿No la encuentras bella? Y mira con qué arte tan natural ha convertido en adorno esas flores tan sencillas. Si hubiera recogido perlas, y diamantes, y rubÃes en el bosque, no le sentarÃan mejor. ¡Es una niña espléndida! Pero bien sé á qué frente se parece la suya.
—¿Sabes tú, Ester,—dijo Arturo Dimmesdale con inquieta sonrisa,—que esta querida niña, que va siempre dando saltitos á tu lado, me ha producido más de una alarma? Me parecÃa… ¡oh Ester!… ¡qué pensamiento es ese, y qué terrible la idea!… Me parecÃa que los rasgos de mis facciones se reproducÃan en parte en su rostro, y que todo el mundo podrÃa reconocerlas. ¡Tal es su semejanza! ¡Pero más que todo es tu imagen.
—No, no es asÃ,—respondió la madre con una tierna sonrisa. Espera algún tiempo, no mucho, y no necesitarás asustarte ante la idea de que se vea de quién es hija. ¡Pero qué singularmente bella parece con esas flores silvestres con que se ha adornado el cabello! Se dirÃa que una de las hadas que hemos dejado en nuestra querida Inglaterra la ha ataviado para que nos salga al encuentro.
