Ni siquiera se le encoge;
luego sus tripas recoge,
Y se agacha a disparar.
HacÃan el robo a su gusto
Y después se iban de arriba;
Se llevaban las cautivas,
Y nos contaban que a veces
Les descarnaban los pieces,
A las pobrecitas, vivas.
!Ah! !si partÃa el corazón
Ver tantos males, canejo!
Los perseguÃamos de lejos
Sin poder ni galopiar;
!Y qué habÃamos de alcanzar
En unos vichocos viejos!
Nos volvÃamos al cantón
A las dos o tres jornadas,
Sembrando las caballadas;
Y pa que alguno la venda,
Rejuntábamos la hacienda
Que habÃan dejao rezagada.
Una vez entre otras muchas,
Tanto salir al botón,