Comiendo se abre el apetito, y en amor sucede lo que en la mesa. Saber que Ella se llamaba Ursula era mucho y era poco. Marius en tres o cuatro semanas devoró aquella felicidad; deseó otra, y quiso saber dónde vivía.
Cometió un tercer error: siguió a Ursula.
Vivía en la calle del Oeste, en el sitio menos frecuentado, en una casa nueva de tres pisos, de modesta apariencia. Desde aquel momento, Marius añadió a su dicha de verla en el Luxemburgo la de seguirla hasta su casa.
Su hambre aumentaba. Sabía dónde vivía, quiso saber quién era.
Una noche, después de seguir al padre y a la hija hasta su casa, entró al edificio y preguntó valientemente al portero:
- ¿Es el señor del piso principal el que acaba de entrar?
- No -contestó el portero-. Es el inquilino del tercero.
Había dado un paso; este triunfo alentó a Marius.
- ¿Quién es ese caballero? -preguntó.
- Un rentista. Es un hombre muy bondadoso, que ayuda a los necesitados, a pesar de que no es rico.
- ¿Cómo se llama? -insistió Marius.