Casa de Muñecas

Prólogo

En estos últimos decenios de nuestro siglo se viene cumpliendo el primer centenario de uno de los mayores escándalos en la historia de la literatura occidental: el estreno, entre 1880 y 1890, de varios dramas de Henrik Ibsen. Escándalo literario en cuanto que era literario el medio por el que se producía: el teatro; pero las razones de la hostilidad fueron ideológicas, sociales, políticas. La sociedad occidental de 1880 se vio amenazada en su raíz, su célula esencial: en la familia. En 1879 Casa de muñecas ponía en entredicho el prestigio de la familia, fundamento de aquella sociedad y base sobre la que se levantaba el ordenamiento jurídico tradicional y sus consecuencias económicas, sociales y morales, con el predominio del esposo como representante en el ámbito doméstico de la infalible autoridad divina. La polémica fue aún más furiosa debido a la inconfesada sospecha de que lo que se mostraba en escena era, o podía ser, verdad; nada hay que enfurezca más que la verdad. En ningún momento defendió Ibsen, por ejemplo, el adulterio, la gran obsesión de la literatura burguesa, el tema constante del teatro de bulevar, desde el drama a la farsa. La ofensa de Ibsen consistió en mostrar la verdad, o la posibilidad de la verdad —o su sierva, la realidad— frente al sacrosanto edificio construido por la tradición, las convenciones y los intereses sociales. Todo el teatro de Ibsen se funda en dos principios: la verdad y la libertad, «las verdaderas columnas de la sociedad», palabras con las que da fin la obra así titulada.

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