El mundo se tambalea al borde del abismo y nadie parece notarlo. Stare, una astrofísica de mirada inquietante y raíces indígenas, rastrea el firmamento en busca de respuestas, mientras la humanidad sigue su curso ciego hacia el desastre. En el Observatorio del Cerro Tololo, en Chile, una imagen imposible aparece en su pantalla: una galaxia con forma de feto, latiendo como si estuviera viva. Al mismo tiempo, las abejas comienzan a desaparecer, las señales se multiplican y el destino del planeta se cierne sobre un misterio que pocos se atreven a enfrentar. Algo se acerca. Y el tiempo se agota.
La noche era absoluta en el Cerro Tololo. En la cima de la montaña, el observatorio se alzaba como un centinela de metal y vidrio, un ojo inmenso escudriñando el universo. Allí dentro, Stare revisaba los datos en su pantalla con la precisión de una cirujana. Algo la inquietaba, un patrón anómalo en el fondo del espacio, una fluctuación donde no debía haber nada.
—No puede ser —susurró, ajustando la resolución de la imagen.
Los números se alinearon, formando un mensaje que solo un puñado de personas en el planeta podría entender. La señal no era aleatoria. Tenía estructura, un ritmo. Algo estaba ahí afuera, moviéndose en la negrura infinita.