El Castillo

Cuando lograron preparar todo, en lo que se podía prever, y la posibilidad de éxito ya no quedaba al menos excluida, Hans, liberado de la carga de la reflexión, se tornó más alegre y charló aún un rato de manera infantil, primero con K y luego con Frieda, que desde hacía tiempo estaba abstraída y ahora comenzó de nuevo a participar en la conversación. Entre otras cosas ella le preguntó qué quería ser de mayor, él no reflexionó mucho y dijo que quería ser un hombre como K. Cuando le preguntó los motivos, no supo qué responder y a la pregunta de si quería ser bedel en una escuela, contestó negativamente. Sólo al seguir preguntándole reconocieron a través de qué caminos había llegado a expresar ese deseo. La situación presente de K no era en modo alguno digna de envidia, sino triste y despreciable, él mismo habría preferido preservar a su madre de la mirada y de las palabras de K. Sin embargo, él había llegado hasta K y le había pedido ayuda y había sido feliz de que K consintiese, también creía reconocer lo mismo en otras personas, y ante todo la madre había mencionado a K. De esa contradicción surgió en él la creencia de que en ese momento K era aún un ser humillado y espantoso, pero que en un futuro, si bien casi inimaginable y lejano, él los superaría a todos. Y precisamente esa disparatada lejanía y el orgulloso desarrollo que debería conducir a ella tentaron a Hans. Incluso a ese precio quería tomar al K del presente. Lo especialmente infantil y al mismo tiempo astuto de ese deseo consistía en que Hans contemplaba desde lo alto a K como si fuera un joven cuyo futuro se expandiera más que el suyo propio, el de un niño. Y era con una seriedad sombría con la que él, obligado una y otra vez por las preguntas de Frieda, hablaba de esas cosas. Pero K le volvió a animar cuando dijo que él sabía lo que Hans le envidiaba, se trataba de su espléndido bastón de nudos que se encontraba sobre la mesa y con el que Hans había jugado distraído durante la conversación. Bueno, K sabía fabricar esos bastones y, si el plan resultaba exitoso, le haría a Hans uno más bonito. No quedó muy claro si Hans sólo había tenido en mente el bastón, tal fue su alegría sobre la promesa de K, y se despidió alegremente no sin antes estrechar con fuerza la mano de K y decir:

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