El Castillo

XXI

Así que había ocurrido lo que era de prever y no se había podido impedir. Frieda le había abandonado. No tenía por qué ser algo definitivo, tampoco era tan malo, podía volver a conquistarla, se dejaba influir fácilmente por extraños, ante todo por esos ayudantes que consideraban el puesto de Frieda comparable con el suyo y, como habían abandonado el servicio, también habían inducido a Frieda a hacerlo, pero K sólo tenía que aparecer ante ella, recordarle todo lo que hablaba en su favor y sería suya una vez más y llena de arrepentimiento, sobre todo si fuese capaz de justificar la visita a las muchachas con un éxito obtenido gracias a ellas. Sin embargo, y pese a esas reflexiones con las que intentaba tranquilizarse respecto a Frieda, no lograba calmarse. Hacía poco se había preciado de Frieda ante Olga y la había llamado su único apoyo, bueno, ese apoyo no había sido de lo más sólido, ni siquiera había sido necesario el ataque de un poderoso para robárselo a K, bastó ese desagradable ayudante, ese trozo de carne que a veces daba la impresión de ni siquiera estar vivo.

Jeremías ya había comenzado a alejarse, K le llamó:


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