El Proceso

Como siempre, la primera llamada a la puerta quedó sin respuesta. «Leni podría ser más rápida» pensó K. Pero resultaba una ventaja que no se inmiscuyeran los vecinos, como habitualmente, ya fuese el hombre en bata o cualquier otro. Mientras K tocaba el timbre por segunda vez, miró hacia la puerta vecina, pero permaneció cerrada. Finalmente aparecieron dos ojos en la mirilla de la puerta, pero no eran los de Leni. Alguien abrió la puerta, pero siguió apoyándose en ella, y gritó hacia el interior:

¡Es él! y abrió del todo.

K había empujado también la puerta, pues ya había escuchado la llave de la cerradura en la puerta de al lado. Cuando la puerta se abrió, se precipitó hacia dentro y le dio tiempo a ver cómo Leni, a la que habían dirigido antes el grito de advertencia, corría por el pasillo vestida con una simple camisa. Se quedó mirándola un rato y luego se volvió hacia el que había abierto la puerta. Era un hombre pequeño y delgado, con barba, y sostenía una vela en la mano.

¿Está empleado aquí? preguntó K.

No respondió el hombre, el abogado me defiende, estoy aquí por un asunto judicial.

¿Sin chaqueta? preguntó K, y señaló con un movimiento de la mano su forma inapropiada de vestir.

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