El Proceso

Después de intercambiar algunas cortesías sobre quién debería hacerse cargo de las próximas tareas aquellos señores parecían haber recibido el encargo sin que les asignaran sus respectivas competencias, uno de ellos se acercó a K y le quitó la chaqueta, el chaleco y, finalmente, la camisa. K tembló involuntariamente, por lo que uno de los hombres le dio una palmada tranquilizadora en la espalda. A continuación, dobló cuidadosamente las prendas, como si se fueran a utilizar otra vez, aunque no en un periodo inmediato. Para no exponer a K al aire frío de la noche, le tomó bajo su brazo y anduvo con él de un lado a otro, mientras el compañero buscaba un lugar apropiado en la cantera. Cuando lo hubo encontrado, hizo una seña y el otro acompañó a K hasta allí. Estaba cerca del corte, al lado de una piedra desprendida. Los hombres sentaron a K en el suelo, le apoyaron contra la piedra y reclinaron su cabeza. A pesar del esfuerzo que ponían y de toda la ayuda de K, su posición quedaba forzada e inverosímil. Uno de los hombres pidió al otro que le dejase a él buscar una postura mejor, pero tampoco logró nada. Finalmente, dejaron a K en una posición que ni siquiera era la mejor entre todas las que habían probado. Entonces uno de los hombres abrió su levita y sacó de un cinturón que rodeaba al chaleco un cuchillo de carnicero largo, afilado por ambas partes; lo mantuvo en alto y comprobó el filo a la luz. De nuevo comenzaron las repugnantes cortesías, uno entregaba el cuchillo al otro por encima de la cabeza de K, y el último se lo devolvía al primero. K sabía que su deber hubiera consistido en coger el cuchillo cuando pasaba de mano en mano sobre su cabeza y clavárselo. Pero no lo hizo; en vez de eso, giró el cuello, aún libre, y miró alrededor. No podía satisfacer todas las exigencias, quitarle todo el trabajo a la organización; la responsabilidad por ese último error la soportaba el que le había privado de las fuerzas necesarias para llevar a cabo esa última acción. Su mirada recayó en el último piso de la casa que lindaba con la cantera. Del mismo modo en que una luz parpadea, así se abrieron las dos hojas de una ventana. Un hombre, débil y delgado por la altura y la lejanía, se asomó con un impulso y extendió los brazos hacia afuera. ¿Quién era? ¿Un amigo? ¿Un buen hombre? ¿Alguien que participaba? ¿Alguien que quería ayudar? ¿Era sólo una persona? ¿Eran todos? ¿Era ayuda? ¿Había objeciones que se habían olvidado? Seguro que las había. La lógica es inalterable, pero no puede resistir a un hombre que quiere vivir. ¿Dónde estaba el juez al que nunca había visto? ¿Dónde estaba el tribunal supremo ante el que nunca había comparecido? Levantó las manos y estiró todos los dedos.

eXTReMe Tracker