El Fantasma de la Ópera

Capítulo XI

A la mañana siguiente en que Christine desapareció ante sus ojos en una especie de deslumbramiento que aún le hacía dudar de sus sentidos, el vizconde de Chagny fue en busca de noticias a casa de la señora Valérius. Se encontró ante un cuadro conmovedor.

A la cabecera de la anciana, que tejía sentada en su lecho, Christine hacía encaje. Jamás un óvalo tan bello, una frente más pura, una mirada tan dulce se inclinaron sobre una labor de virgen. Las mejillas de la joven habían recuperado los frescos colores. El cerco azul de sus ojos claros había desaparecido. Raoul no reconoció ya el rostro trágico de la víspera. Si un velo de melancolía no ensombreciera sus rasgos como un último vestigio del inaudito drama en el que se debatía aquella misteriosa mujer, Raoul habría podido pensar que Christine no era su incomprensible heroína.

Se levantó al verlo acercarse y, sin emoción aparente, le tendió la mano. Pero el estupor de Raoul era tal que permaneció allí, anonadado, sin un gesto, sin una palabra.

—¡Vaya, señor de Chagny! —exclamó la señora Valérius—. ¿No conoce ya a nuestra Christine? ¡Su «genio bienhechor» nos la ha devuelto!

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