El Fantasma de la Ópera

Capítulo XX

Raoul recordó entonces que su hermano le había señalado una noche a aquel vago personaje del que se ignoraba todo, una vez en que se había comentado de que era un persa y que vivía en un viejo y pequeño apartamento de la calle de Rivoli.

El hombre de tez de ébano, ojos de jade y gorro de astracán se inclinó hacia Raoul.

—Confío, señor de Chagny, en que no haya traicionado el secreto de Erik.

—¿Y por qué no debería traicionar a semejante monstruo, señor? —replicó Raoul en tono altivo, intentando liberarse del inoportuno—. ¿Acaso es amigo suyo?

—Espero que no haya dicho nada de Erik, señor, porque el secreto de Erik es el de Christine Daaé. Y hablar de uno es hablar del otro.

—¡Oh, señor! —exclamó Raoul cada vez más impaciente—. Parece usted al corriente de muchas cosas que me interesan, pero ahora no tengo tiempo de escucharle.

—Por última vez, señor de Chagny, ¿adónde va tan aprisa?

—¿No lo adivina? A socorrer a Christine Daaé…

—Entonces, señor, quédese aquí, ya que Christine Daaé se encuentra aquí.

—¿Con Erik?

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