El Fantasma de la Ópera

El canto volvió a empezar, más lejano…

—¡Toneles! ¡Toneles! ¿Tiene usted toneles para vender?

—¡Oh! —exclamó el vizconde—, le aseguro que el canto se pierde en el tonel.

Nos levantamos y miramos detrás del tonel…

—¡Es dentro! —exclamaba el señor de Chagny—. ¡Es dentro!

Pero ya no oíamos nada… Y nos vimos obligados a atribuir aquello a nuestro mal estado y a la alteración de nuestros sentidos. Volvimos al tapón del tonel. El señor de Chagny puso las dos manos juntas encima y, en un último esfuerzo, hizo saltar el tapón.

—¿Qué es esto? ¡No es agua! —exclamó inmediatamente el vizconde.

El vizconde había acercado sus dos manos llenas a mi linterna… Me incliné sobre las manos del vizconde…, e inmediatamente lancé la linterna tan lejos de nosotros que se rompió y se apagó…, y se perdió para siempre.

Lo que acababa de ver en las manos del señor de Chagny… ¡era pólvora!

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