Aquà termina la narración escrita que me dejó el Persa.
Pese al horror de una situación que parecÃa conducirles definitivamente a la muerte, el señor de Chagny y su compañero se salvaron gracias a la sublime abnegación de Christine Daaé. El resto de la aventura me lo explicó el daroga mismo.
Cuando fui a verlo, seguÃa viviendo en su pequeño apartamento de la calle de Rivoli, frente a las TullerÃas. Se encontraba muy enfermo y fue preciso todo mi ardor de reportero-historiador al servicio de la verdad para decidirle a revivir conmigo el increÃble drama. Era siempre su viejo y fiel criado Darius quien le servÃa y me condujo a su lado. El daroga me recibió junto a la ventana abierta al jardÃn, sentado en un gran sillón donde intentaba levantar un torso que, en sus tiempos, no debió carecer de belleza. El Persa tenÃa aún sus magnÃficos ojos, pero su pobre rostro estaba muy cansado. Se habÃa hecho rasurar totalmente la cabeza, a la que solÃa cubrir con un gorro de astracán. Iba vestido con una amplia hopalanda muy sencilla, en cuyas mangas se entretenÃa inconscientemente retorciéndose los dedos, pero su espÃritu seguÃa siendo muy lúcido.